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Potosí, en las profundidades mineras de Cerro Rico.

Debo ser honesto diciendo que esperaba una visita poco entretenida en Potosí, pero me alegro de haber estado equivocado. Bajar por las profundidades, sumergirse en los socavones, luchar contra la oscuridad y detonar explosivos hicieron de esta experiencia una vivencia inolvidable.
Las minas de Potosí son la entrada histórica a cientos de años de explotación, guerras, conquista y ambición por la riqueza de sus minerales.
Potosi Minas

Manuel, Martín (un compañero que conocimos en nuestro tour al Salar de Uyuni) y yo partimos a las 2.30 con nuestros guías hacia el Cerro Rico, principal abastecedor de minerales durante el Virreinato de la Plata (que comprendía los actuales territorios de Perú y Bolivia). Muchos esclavos murieron en estas minas por diversos motivos. Hoy en día existen trabajadores que realizan jornadas de hasta 36 horas sin comer y a base de coca.

Lo primero fué ir al mercado minero. Allí debíamos cambiarnos de ropa por algo más adecuado para la ocasión. Además debíamos abastecernos con explosivos para una demostración de detonación. También algo de coca, alcohol y cigarros para los mineros y para el ritual de ofrenda al Tío (un dios de los mineros).

Habiéndonos vestido y comprado lo que necesitábamos fuimos con Aida, nuestra guía, hacia el Cerro Rico. Apreciamos en las afueras el trabajo de las mujeres Palliris; esposas de los mineros que se dedican a separar artesanalmente los materiales.

Luego vino la parte intensa. Preparación de un par de explosivos; el primero hecho con TNT y el segundo con nitroglicerina.
La explicación fué precisa, el desarrollo muy didáctico; la preparación, emocionante. Fue inesperado el momento en que Aida encendió las mechas de ambas bombas y pidió a uno de nosotros que cogiera uno de los explosivos para correr y llevarlo a enterrar al cerro.

-¿Quién quiere acompañarme a llevar el explosivo al cerro? -Dijo Aida-
– Yo !!

Las mechas encendidas tenían un promedio de siete minutos hasta llegar al detonador, así que había tiempo para tomar algunas fotos.

Las explosiones fueron intensas, como para hacer estallar un par de autos. Luego de esa emocionante experiencia nos sumergimos en las profundidades del cerro. Había que descender por unos angostos agujeros oscuros. Por suerte llevábamos unas linternas de carburo en los cascos (más que linternas parecían lanzallamas!).
Tomar fotos fué difícil en esas circunstancias de suciedad, polvo, humo y poca luz. A pesar de eso conseguimos algo.

Después de ver y revisar distintas actividades que realizaban los mineros nos fuimos a ver al Tío.
El Tío es una variación quechua de la palabra Dios. Esta figura representa a el dios de las profundidades del cerro, muchas veces también llamado Supay (Diablo en quechua) pues se cree que el diablo se apoderó de la estatua del Tío.
En realidad hay varios Tíos en las interminables minas. En cada uno de ellos se realizan rituales que sirven para pedir jornadas más exitosas y lucrativas.
Nos han contado que en estos rituales se llegan incluso a conseguir fetos humanos (se les paga mucho a las mujeres cuyos embarazos han sido fallidos) para quemarlos y ofrendarlos al Tío.

Lo común sin embargo es un ritual en donde se le ofrecen cigarros (de tabaco negro, coca y anís importados de Paraguay y Perú), bebida alcoholica «Ceibo» (de 94% de contenido alcoholico!), y hojas de coca.

Primero se le ofrece un poco de alcohol a la Pacha Mamma (Madre Tierra) y luego se le ofrece al Tío virtiendo alcohol en sus extremidades o puntos cardinales. Opcionalmente se le echa alcohol en el pene, o poronga como le dicen en Potosí, para quienes deseen tener pareja.

Luego se le ofrecen cigarros que pueden colocarse en su boca y se pasa el alcohol y los cigarros entre los participantes.
Como dije anteriormente, el objetivo de este ritual es obtener jornadas más provechosas y lucrativas, así como protegerse de los peligros de las profundidades mineras que pueden ser mortales: derrumbes, gases letales, explosiones, etc.

Luego de haber conocido las minas, salimos con dificultad arrastrándonos y trepando hasta llegar a la luz del exterior. De hecho esta es una de esas experiencias que no se olvidan y quedan en la memoria para siempre. Vale la pena regresar.

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