Cuando me invitaron a dormir a una cabaña en los verdes campos de República Checa me imaginé algo parecido a una pequeña casa de brujas.
Mientras escribo esto son las 7am y despierto en esa cabaña grande y rústica.
Korenov, es un lugar bastante conocido donde vienen alemanes, austriacos y otras gentes de alrededor a practicar esquí y snowboard. Pero hoy no hay nieve. Por el contrario todos los espectros verdes del mundo descansan sobre un infinito horizonte de pinos y montañas.
Alrededor solo se ven casas similares a esta, de preciosa arquitectura con una realidad que pareciera haber sido creada a partir de cuentos.
Pase seis horas de viaje en tren. Aunque el viaje no fue cómodo por los verticales e irreclinables asientos, mi sueño si fue bastante reparador.
El sistema de calefacción de la gran cabaña es antiguo pero funcional. Una especie de robot vintage con brazos de pulpo que se incrustan por toda la casa. En el se quema leña seca que calienta el agua que genera vapor que va por esos brazos.
Las parrillas se hacen a diario con leña recién cortada que ayudo a llevar hasta la hoguera. Los días son largos y soleados, con cielos azules en los que uno puede perder la mirada eternamente.
En la parte superior de la loma alta de Korenov una pequeñísima iglesia que me recordo al video de November Rain cuando sale Slash a tocar frente a ella. Es una iglesia muy antigua que aun hoy en día perdura en actividad y con un pequeño cementerio afuera. Casi todos los alrededores tienen algo de medieval.
Finalmente conocí a a Kraconoc, el personaje mitológico de los bosques, pero no había uno sino al menos dos esculturas entre los rincones de Korenov.
Es increíble ver todas estas piezas y edificaciones vivas desde hace muchos años. Aún mantienen esa identidad misteriosa y llena de historias que de seguro me tardaría mucho tiempo en contar con detalle. Pero creo que estas fotos pueden decir mucho.
La tarde cae y con ella deja ver la luna encendida que en las horas más altas de la noche llega a iluminar con claridad todo el pueblo.
Y vale la pena rescatar cada momento del día hasta el último rayo de sol. Esta antigua mesa redonda hecha de piedra es perfecta para ver el atardecer.
Pero nada como verlo en toda su inmensidad desde el mirador más impresionante del mundo.