Faltando pocos días para el final de este gran viaje, en el que dejo parte de mi vida y empiezo parte de otra nueva, sigo en Cusco, pero en un lugar muy tranquilo y adecuado para la meditación que los días de despedida me exigen, el Valle «sagrado» del Urubamba. Este valle, importántisimo para la civilización incaica rodeado de ruinas y construcciones testigos de la gran relevancia de la zona, es tan bello como histórico. Me estoy quedando en una hermosa casa de campo, de un decorado campestre pero con todas las comodidades imaginadas. Esta le pertenece a la familia Aguirre, quienes me hospedaron en Cusco ciudad y me ayudaron con los datos y equipos para ir a Choquequirao. En verdad me sobran palabras de gratituad para ellos. Se han portado excelente, gente muy buena, cariñosa y hospitalaria. El prestarme la casa del valle es la cereza que corona todos los gestos de amabilidad que han tenido conmigo.
Miles de gracias a Don Reynaldo y doña Blanca, a Pierina, Karina, Pavel, y uno muy especial a Beto. Son el claro ejemplo de que Cusco no solo es grande por su historia y belleza, sino también por su gente.
