Porto Alegre, ciudade do Río Grande do Sul

Amanecimos en Porto Alegre! Suerte que no nos quedamos en aduanas brasileras. Gracias a nuestro curriculum viajero y nuestros ya cuantiosos días fuera del Perú, pudimos pasar. Es necesario tener vacuna contra la fiebre amarrilla para entrar al país, y si es de Perú, con mayor razón (en zonas de la selva peruana se puede contraer la fiebre). Parece que el tema no era que desde el gobierno brasilero se busque prevenir que los pobres turistas se contagien, sino evitar que posibles portadores entren a contagiar…. ahí el detalle. No traíamos la cartilla de vacunación (pero conste que vacunados si estabamos, hace ya unos meses, en un viaje a la selva peruana) pero calculando fechas, con dos meses fuera del Perú ya no eramos peligro alguno. Pasamos la cuarentena, sin saber. Cosas de los microbichitos.
Atrás infecciones, pedimos mucha información en el terminal de buses de Porto Alegre. Todo dato lo agradecíamos con un cortés «obrigado». Encontramos base cerca del terminal, sabia elección ya que así las jorobas no fastidiarían mucho. Ya hemos caminado bastante con bultos, la experiencia del fastidio. Además parece ser que Porto Alegre no es una ciudad muy tranquila, es movida y hay que andar con algo de precaución y seguridad. Lo peor que podríamos hacer es mostrar nuestras maletotas por pleno centro movido, presentándonos como turistas tontos. La idea hasta ahora es aprovechar nuetro look de sudamericano multinacional. Modelaje con mochilon no ayudaría.
Pseudointalados, recorrimos las calles. Muy diferente, con respecto al comercio, mucho más informal que ciudades de paises vecinos pero común para nosotros, nos recordó al terruño.
Lo visto en Chui aquí se vive en toda su magnitud. Se nota un cambio fuerte, ya no pasamos de país con raíces españolas a otro. Aquí tenemos Variedad racial, negros – blancos, idioma – portugués, otro ritmo de movimiento por las calles, frejoles en la comiida y en todo sanguche, arroz en los platos de comida (felices nosotros, Perú también es arrocero!), entre otros. Bastante educativo, mirando fijamente una calle principal por una hora, se aprende mucho. Además se engorda el ojo. Las formas maternales y rostros angelicales aún acompañan nuestro viaje. En eso nuetros países siempre mantienen satisfactorias similitudes.
Caminamos y caminamos, fuimos a museos y nuestra mascota el killer socializó con escolares avidas de cultura, y por supuesto robo foto, para variar.