Tarma deja ese saborcito a pueblo de sierra, con ese frio gélido que desciende desde los nevados cercanos, el sol que quema sin cruzarse con alguna nube.
Hay un aura folclórica que se percibe por las calles, se ve en sus mercados y se aprecia en las más ortodoxas costumbres de una ciudad que empieza a querer escapar de su pasado para modernizarse.
A pesar de eso uno puede probar un delicioso caldo de gallina, o tentarse por las especialidades de la zona, como el caldo de cabeza o patasca, el cuy chactado, o tantas otras cosas interesantes que vi en el mercado de la ciudad.
Si hay algo que uno no puede dejar de probar son los increíbles manjarblancos (cremosos dulces de leche) con sabores que pasan por la lúcuma, fresa, leche natural o chocolate. La mantequillas tan representativas de una ciudad láctea y ganadera, o los quesos emblemáticos que casi todo turista se lleva de acá.
Desde la ciudad se pueden hacer varios paseos guiados por los alrededores. Pero preferí dejarlos para hacerlos por mi cuenta, con más tiempo y de manera independiente, como siempre.
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