Hay cosas de este mundo que no podemos percibir con nuestros limitados sentidos.
Por eso es interesante aprender de los animales y comprender como sus capacidades sensoriales pueden dar luz sobre aquello que ignoramos.
Y hoy lo recordé estudiando al Olm, un animalito anfibio que no tiene ojos, blanco lechoso con cuerpo de salamandra y agallas rojas que parecen cuernos rojos emplumados. En la antigüedad se pensaba que era la cría de un dragón. Pero se trata de un extraño ser que vive en las cuevas europeas de Croacia, Eslovenia y Bosnia.
Lo más interesante son sus desarrollados sistemas no sensoriales para poder sobrevivir en la oscuridad absoluta.
Receptores químicos, mecánicos y eléctricos le permiten detectar concentraciones muy bajas de compuestos orgánicos en el agua, detectando así la calidad de sus presas. Percibe también las ondas que se forman en el agua gracias al epitelio sensorial del oído interno. También se dice que puede utilizar el campo magnético terrestre para orientarse. Los estudios en el Olm demuestran que la piel es sensible a la luz.
Nosotros los humanos no percibimos nada de eso. Deducimos la información a partir de eventos repetitivos y almacenamos experiencias que nos van contando como es el mundo. Absorbemos aventuras día a día y asi nos hacemos una caricatura de como es el entorno.
Es por eso que muchos dan por sentado lo limitado de su universo y sus posibilidades.
Es importante aprender a renacer, a eliminar los estigmas, destrozar nuestras creencias e incluso redefinirnos constantemente.
Como estos dragonzuelos, debemos a veces dejar de creer en el pequeño universo que nos muestran nuestros sentidos y empezar a seguir otro tipo de llamados.
Nelson Mochilero